lunes, 21 de noviembre de 2011

Anticipo del verano

Hace un par de semanas mi abuela (que vive en la VI región, y tiene uno de los patios más prodigiosos que conozco) mandó una bolsita con los primeros duraznos que vieron la luz esta temporada. Eran chiquititos y estaban medio verdes, pero tan jugosos que comerlos significó mancharme entera. ¿Hay algo más rico que eso? Ayer, como vino a Santiago, nos trajo una bolsa llena de duraznos (ahora bien maduros) y guindas criados por ella, y frutillas de la feria... las de ella aún no nacen.

A mí me carga el verano, y mi odio por él solo crece y se fortalece con el tiempo. Me carga el calor, quemarme la cara, el ambiente asqueroso del metro, y en general de Santiago. Prefiero mil veces ir a la playa en invierno, pasear por la ciudad bajo la lluvia, sentir frío todo el día y capearlo con una rica sopaipilla callejera. Pero si hay una razón que me permite sobrevivir esos largos meses de calor (y no matar a nadie en el proceso) son las frutas y verduras de verano. Espero todo el año esos bellos días de vacaciones en la casa de mi abuela (que es sinónimo de comida, en todas sus formas), y lo primero que hago después de saludarla es correr al patio (ojalá sin zapatos) a arrasar con todo lo que encuentre a mi paso. Para hacer una imagen: primero están las repisas de frutillas, luego, pasando los naranjos (que ya quedan poquitos) puedo agarrar un durazno o un damasco, que son vecinos. Más adelante, cerquita de donde estuvieron los higos, están las guindas (dulces como las de abajo, y ácidas pequeñitas), luego los ciruelos (el de ciruela redonda y oscura -puro jugo- y la de color lila, más alargada), y pasando el segundo parrón, las plantas más cotizadas;  las frambuesas (hay que tener suerte pa encontrar una, son las favoritas de todos y se agotan rápido). 

Todo eso, sumado al resto de las comidas de verano, como el pastel de choclo, humitas, porotos granados y con mazamorra, cualquier cosa con tomates, otras frutas (aunque estas no las tiene mi abuela) como el melón y la sandía... y un largo etcétera, hacen definitivamente más llevadero el terrible desafío que significa el verano. Como que en verdad nuestra relación es de amor-odio; pero la sensación de estar sentada en el comedor de mi abuela, comiendo frutas de postre, con las ventanas abiertas pa que entre airecito, es algo que supera todo lo malo que puede traer. Y es algo en lo que puedo pensar cada vez que salga a la calle y me derrita bajo el sol santiaguino, por eso es tan bonito el regalo que nos trajo ayer. Ahora cada vez que entro a la cocina puedo sacar una guinda o un durazno igual (o bueno, casi igual) que como lo hago en su patio; llegar, agarrar uno y comerlo así nomás, sin preocuparme de lavarlo, o ponerlo en un plato, o cualquier cosa entremedio. Lástima que vayan a durar tan poco... pero no importa; ya queda menos.



2 comentarios:

  1. Jajaja Ohh si las frutas de la VI son tan ricas!!

    yo estoy enamorado de la VI region!
    ahora vivo y trabajo en Rancangua!!

    asi que Es la vida jajajaa.

    Creo que soy el unico que leo? ._.

    Saludos :)

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  2. Léjos lo mejor de éste idiota clima de mierda que se hace llamar "verano" sólo para llamar la atención! Son exactamente lo que tu describes!! Jugosas sensaciones que te quedan pegadas en la cara y no te las puedes sacar!!
    Grande TITI!!!

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